EMPIEZO A DESNUDARME...
La
vida transcurre, a veces, silenciosa,
otras veces elevando gritos de algarabía para tratar de encontrar algún punto
en este vertiginoso, proceloso camino que se vislumbra como una gran atalaya en
el océano de la vida misma. Entonces, los devenires, los acaeceres ordinarios o
extraordinarios nos permiten dibujar, en el panorama de nuestra imaginación
horizontes diáfanos y longevos, preñados de jovialidad y pletóricos de
concordia, desafiando toda preocupación pueril o desafiando la monotonía que
parece insertarnos en un estado de somnolencia. La vida, es mucho más que estar vivo. La vida
nos embruja, nos encapsula, nos absorbe, nos regala nuevas vidas, nos canta
canciones, nos escribe poemas y entonces, nuestro asombro eleva sus efluvios
para contemplar una vida que nos hace sonreír cada día.
Es
que la vida también es una simulación, una representación, una parodia, una
conversación, por eso nos encontramos, cada día, en una esquina para redibujar la
vida. Nos encontramos, nos sentamos y
mirándonos empezamos a conversar al ritmo de unas carcajadas. Mi amigo explica
temas inexplicables, el otro habla sobre política, otro habla sobre ecología,
otro sobre objetividad y así llegamos a los temas que realmente importan y nos auto
ironizamos. Nos reímos y la vida se hace más ligera, el vértigo de la velocidad
nos espera, entonces, aprisionamos el tiempo, nos insertamos en el espacio y
parece que todo vuelve a su origen prístino o al menos creemos vislumbrar
alguna novedad. Seguimos conversando, entonces, mis amigos, me piden hablar, no
sé qué decir, pienso que el lenguaje es una herramienta muy corta para
verbalizar mis mundos, me quedo perplejo, atónito, hipnotizado. Después de unos
minutos salgo de mi estupor y con gran
vivacidad pido un trago, lo tengo en mis manos, la copa es frágil, tengo miedo
de romperla y justo cuando pienso en su fragilidad, la copa cae de mis manos,
se hace jirones y los vidrios salpican por todo el espacio, el licor derramado
se convierte en una mancha pintoresca. Me impresiona la imagen del piso
dibujada por el licor. Puede ser una
obra de arte, pero no tiene forma, su única forma es el amorfismo. Todos se
percatan que mi copa se ha deslizado de mis manos, ha caído al piso y se ha
roto, entonces, un amigo con una generosidad inconmutable, se acerca y me
ofrece otro trago, entonces, para prevenir otro momento bochornoso, estiro mi
mano y legionariamente llevo la copa a mí boca y bebo el trago. La poesía empieza a nacer, empiezo a hablar de mis
locuras, de la subjetividad, de Narratividades,
de interpretaciones, de representaciones mentales, en fin, intento explicar los
“indecibles” de Derrida. Intento deconstruir, tal vez, sin éxito. Todos
sentados, en un círculo, me escuchan. Estoy embriagado. Nace la belleza y yo
sigo hablando. Me siento exponencialmente bien en este mundo, entonces, empiezo
a desnudarme…
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