UN HILANDERO
He llegado hace unos minutos y
hace unos minutos he decidido irme, pero ¿a dónde llegué y a dónde me voy?
He llegado a muchos lugares en
los que me he sentido encapsulado por las experiencias vividas y compartidas.
Conocí aquello que me faltaba conocer. Estos lugares me brindaron calor y
siempre me cobijaron de una manera benevolente. Conocí personas generosas,
cercanas, distantes, lúdicas, serias, algunos rostros con una identidad visible
y algunas miradas pletóricas de esperanza e ilusión. Compartimos conversaciones
frívolas, lúdicas, pasionales, llenas de sentimientos y emociones, que al final,
nos permitieron mirar el mundo desde otras perspectivas mucho más sencillas y
gratificantes. Las comidas fueron encuentros de “abundancia” porque siempre hubo alegría y siempre se dio
gracias por aquello que se recibía cada
día. Alguien trabajaba para que esto llegara a la mesa.
Es así como fui obteniendo un
espacio, un lugar para desarrollarme con libertad en pos de la construcción de
un proyecto que parece “dormido”, pero que se despierta cuando es necesario. La
Biblia nos cuenta que Jesús y sus discípulos iban en una barca, de pronto la
marea del mar los remece, entonces, empiezan a gritar a Jesús para que éste se
despierte, ya que Jesús estaba dormido. Así sucede, a veces, en el gran mar de
la vida, las olas nos dan miedo y sentimos que la barca de nuestros sueños se hunde
y aquello o aquél que debe dirigir nuestros caminos se encuentra dormido.
Todos estos acontecimientos, lo
único que hacen, es traer a mi memoria la reminiscencia de mi llegada. Construí
amistades y en lo posible traté que el engranaje de éstas se fuese
ajustando a nuestros intereses,
motivaciones y proyecciones. Empecé a amar lo sencillo, lo simple, lo
insignificante y empecé a conversar, con algunas personas, sin la necesidad de
pensar, porque detrás de todo, lo más significante era la confianza y la
seguridad de que nada de lo que digamos nos herirá. Conocí mucha gente, me
brindaron cariño y siempre me sentí querido y la mayor parte del tiempo sentí
la presencia de una mano extendida, especialmente, en aquellos momentos en los
que me sentía cual peregrino sin un pedazo de tierra o como un mendigo que ni
siquiera tiene donde recostar su cabeza. Visité muchos lugares y en lo posible
traté de que éstos me permitieran hacer el viaje más difícil de mi vida: viajar
a mí mismo.
Hubo momentos tristes, alegres,
melancólicos, nostálgicos y la soledad siempre me acompañó. Siempre me he
sentido solo, especialmente, en aquellas circunstancias en las que me encontraba
rodeado de mucha gente. Sentí flaquear mis fuerzas en aquel proceloso viaje,
pero al mismo tiempo sentí la fuerza de espíritu para hilar y tejer un retazo
de manta para abrigar momentos pueriles que no hacían más que perturbar mi
tranquilidad y concordia. Así pasó el tiempo, en un cerrar de ojos, en un
parpadeo, con una fugacidad violenta. Hoy solo tengo en mis manos los hilos de
aquella manta de recuerdos que me convierten en un hilandero.
Las líneas anteriores parecen
sumergirse en el pasado, pero se convierten en presente cuando empiezan a
formar parte de mi historia, de mi verdad.
Y ahora ¿A dónde voy? Me voy a
aquellos lugares donde el silencio me permita hablar, donde el deseo de morir
sea el elixir de vivir. Me voy a aquellos lugares donde mis historias, mis
relatos sean los heraldos y testigos de una vida que se construye entre la
imaginación y lo posible. Es necesario alejarse, distanciarse de la realidad
para concebirla en su totalidad, si es accesible.
Me tengo que ir, porque es la única
manera de volver.
Fénix!!!
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