EL PLACER DE NO LLEGAR
Es muy común escuchar dentro de
aquellas voces que ululan a nuestro alrededor, el logro de metas y objetivos a
corto y largo plazo. Es indudable que a través de estos fines, intentamos
insertarnos en una planificación consciente y tal vez sistemática de la vida.
De aquí que podemos hablar de aquellas mal usadas y espantosas palabras: “proyecto
de vida”, “planificación de metas y objetivos”, como si la vida fuese una
empresa, como si la vida no naciese de lo impredecible, de lo incierto y de las
sorpresas. Una vez que empezamos a planificar la vida es porque hemos empezado
a perderla. La vida tiene su propio discurrir. Y muchas veces, cuando tratamos
de encausar su rumbo según lo que nosotros creemos, la vida se resiente, se
vuelve indiferente y se entrega a aquellos amantes de la espontaneidad, de la
improvisación.
No es raro escuchar en los
diferentes medios sociales de comunicación, a muchas personas, diciendo que
ellos llegarán ser felices cuando hayan
cumplido lo que se han propuesto, es decir, metas, tareas, objetivos, planes.
Entonces, empezamos a percibir la vida en base a resultados, pero no nos
percatamos que cuando logramos algo también lo perdemos, porque las pasiones, las
angustias, las ansiedades, aquello que nos mueve a hacer algo desaparece. Es así
como vertimos nuestras energías en el fin y dejamos de lado el goce, el placer
de disfrutar el proceso, enfatizamos exageradamente el punto final y no
disfrutamos de las comas, de los signos de exclamación, de los paréntesis, es
decir, nos aferramos a la meta y perdemos el disfrute del trayecto, la mayoría
de veces. El
proceso es mucho más placentero que el logro del objetivo mismo.
Por eso, creo que ser feliz es ser infeliz o
no ser feliz. La comodidad nos paraliza, llegar a la meta significa contentarse con lo logrado,
cruzarse de brazos para contemplar una creación perfecta, en la que no hay que
cambiar absolutamente nada, porque todo está cumplido. Pero vayamos más allá y
digamos que la perfecta perfección es la
imperfección. Por eso, yo sigo creyendo en los trayectos, en los viajes, en los
caminos, no en las cúspides, en las cúpulas ni siquiera en los vértices.
Pero no solo eso, sino que
también implícita o explícitamente, el logro de metas y objetivos traen consigo
madurez, orden, responsabilidad, involucramiento, etc. Estas palabras no hacen
más que convertir a la vida en un negocio, en un templo de la convencionalidad.
La vida es fascinante, precisamente, porque sus caudales discurren a través de
lo infantil, de lo caótico, de lo frívolo, del no tomarse las cosas tan a
pecho. Tenemos un mundo lo suficientemente serio como para convertirnos en
seres desgraciados, o sea sin gracia.
Hoy he empezado a disfrutar de
mis viajes, de mis caminos, de mis trayectos, porque si no llego a la meta,
quedará fraguado en el crisol de los siglos mi satisfacción de haber disfrutado
con tal paroxismo cada paso, cada minuto, cada momento de una vida que necesita
ser vivida y no acabada. Es mucho más placentero caminar que llegar.
Fénix!!
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