CAMINAR CON UN ROSTRO
Ella caminaba dulcemente por
aquéllos caminos empinados, largos, llenos de tierra, pero que transmiten una
tranquilidad inusual y desbordante. Los cantos de los pájaros se escuchan con
una clara melifluidad y se convierten en una canción inefable y gratificante
para los oídos de aquella mujer, que aún en la mitad del camino, no sabe a
dónde va ni de dónde viene. El aire grácilmente acaricia sus sienes y refresca
su rostro, a veces, empapado por el sudor.
Mientras camina, va pensando en
aquéllos pocos amigos que tiene e inmediatamente, nacen en el panorama de su
memoria, recuerdos pletóricos de algarabía, preñados de júbilo y jolgorio. Ella
piensa, introspectivamente, cómo olvidar aquéllos momentos de charlas, conversaciones,
discusiones, juegos infantiles y bromas inmaduras. Todos estos acontecimientos
parecen frívolos, irrelevantes, pero la vida, también, está hecha de lo
insignificante. Mientras camina, empieza a recordar su vida, las odiseas, las
peripecias que vivió dentro de una sociedad que desfigura, a través, de la
marginación, de la exclusión y del no reconocimiento. A través, de la ventana de su mente vislumbra
y recuerda aquéllos días de calor intenso en los que la tierra parecía
enfurecerse y convertirse en un espacio estéril, poco productivo. La tierra
roja, seca, sedienta de agua, rocosa en
algunos tramos. No se puede sembrar, entonces, la reproducción parece esfumarse
y derretirse bajo el sol que quema y no tiene piedad de la miseria.
Ella, inocentemente, piensa en
la generosidad de sus hermanos, de sus amigos, de su país, pero el principio de
realidad le dice casi todo lo contrario, entonces, recuerda sus clases, en las
que escuchaba, que las emociones más primitivas en el hombre son la envidia, el
miedo, la destrucción, pero al mismo tiempo, recuerda otras clases, en las que,
también, escuchaba que la solidaridad, la cooperación son, también, elementos
tan antiguos como las emociones ¡Qué confusión! ¡Qué dilema! Pero, por una
cuestión de salud mental, ella prefiere pensar que sus hermanos son solidarios,
cooperativos, generosos, entonces, ellos le ayudarán, en alguna medida, a salir
de esta situación precaria y provisional. Pero, inmediatamente, piensa que es
mejor seguir caminando y no mirar hacia atrás, ya que Lot, en la Biblia, miró
hacia atrás y se convirtió en una estatua de sal.
Ella sigue caminando, los rayos
del sol, paulatinamente, reducen su energía, parece que su ocaso es inminente.
Se siente un aire fresco, los pájaros vuelven a cantar melodiosamente, parece
una oración vespertina para sus oídos. Ella sigue caminando, por un momento su
situación se ha puesto a un costado, pero constantemente, se dice así misma lo
denigrante que es vivir al margen de una sociedad destartalada y sin techo. Es en
estos momentos, en los que se siente inmersa en un soledad extraña que la
conduce al miedo de seguir pensando en la injusticia de una sociedad que parece
derrumbarse para unos y erigirse para otros. Sus pies se han acostumbrado a
caminar. De pronto, se detiene en la mitad del camino y mira al frente, se
percata que el camino continúa y parece no tener un final. Sigue caminando y
cuando la tarde está a punto de caer, se siente cansada. Se dirige a un costado
del camino a buscar un lugar cómodo para sentarse. Encuentra un pedazo de suelo
con grass. Se sienta, pone sus codos sobre sus rodillas y una de sus manos en
su mentón. Se necesita dejar de pensar
para descansar.
Después de unos minutos, se
siente aliviada, puede respirar con mayor facilidad, suspira profundamente. Se encuentra
sola y sentada, parece estar tranquila y segura, porque vivir con otros también
puede enfermar. Su cuerpo se siente aliviado, su mente relajada, entonces,
decide ponerse de pie para continuar caminando, pero justo cuando se inclina
para levantarse, ve acercarse un hombre. Inmediatamente, piensa seguir sentada,
entonces, aquel hombre pasará de largo por el camino, pero mientras más se
acerca más curiosidad y miedo le produce. El hombre se dirige hacia ella. Ella no
sabe qué pensar o, tal vez, el destino, en un desierto de soledad le envió una
compañía. El hombre se encuentra muy cerca de ella. Es un hombre con una chompa
vieja, un pantalón que parece haber sido remendado muchas veces, no tiene
zapatos, está descalzo, su cabello completamente despeinado, en sus pies y
manos se nota dureza, su rostro es serio, inexpresivo, su mirada firme y
dirigida a un solo punto. ¿Será que este hombre ha vivido en la misma sociedad
que yo viví? Se pregunta, ella. De pronto, se percata que el hombre está a un
solo paso de ella. Éste la mira fijamente y saca de su bolsillo un cuchillo
pequeño, sin una palabra, con una fuerza descomunal lo introduce en una de las
piernas de aquella mujer que se encuentra sentada. No dice nada, este hombre. Es
que la palabra humaniza. Su pierna empieza a sangrar, ella empieza a gritar y como
por milagro providencial, piensa ¿Se puede violentar a alguien que está
sentado? El hombre tiene el cuchillo en su mano con un poco de sangre. Entonces,
empieza a hablar y dice ¡tienes que morir! Ella no entiende ¿se puede morir más
todavía? Ella le dice: ¡no lo hagas, la vida me mató lo suficiente! El hombre
le contesta: ¡morir, a veces, significa vivir en paz! Ella piensa rápidamente:
hemos empezado a conversar, estamos creando lazos, esto será diferente y como
si fuese producto de una emanación divina, el hombre se retira, pero ella no
puede seguir caminando, tiene una pierna muy herida. Mira hacia su pierna, está
sangrando, la inquieta, pero la perturba lo que acaba de pasar, entonces,
piensa ¿qué quería? ¿Solo herirme para no seguir caminando? ¿Se puede casi
matar a alguien solo por placer? Levanta su mirada para ver si aquél hombre había
desaparecido. El hombre está alejándose de ella, caminando, pero de pronto se
detiene y piensa en voz alta: ¿no debí matarla? ¿Fue suficiente apuñalarla en
la pierna? Entonces, sin un ápice de duda dice: lo suficiente sería apuñarla el
rostro, entonces, se da vuelta para dirigirse de nuevo hacia la mujer, pero
ésta había desaparecido.
Fénix!!!
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