MI PUEBLO
TODO ES UN
MOMENTO
Aquellos estados
y orígenes prístinos sonríen al unísono de una mirada o de un par de brazos que
alegremente se abren para acogerme cada vez que llego a este pedazo de suelo,
mi pueblo, mi terruño, mi cuna, mi embeleso. Es una experiencia indescriptible saber
que alguien espera en el otro lado, probablemente de la vida, con palabras y
gestos pletóricos de cariño y benevolencia: ¡te vimos de nuevo! ¡Hemos estado contando
los días de tu llegada! ¡Siempre pensamos en ti! Estas frases no hacen más que
resonar cada día en lo profundo de mí ser para construir nuevos espacios de
satisfacción y algarabía que continuarán impertérritos a través de la vida. Y
es que en estas expresiones también encuentro el desfile de los recuerdos que en
todo momento hemos compartido y prodigado unos a otros sobreponiéndolos a las
preocupaciones pueriles que muchas veces se ciernen alrededor del hombre.
Por eso cada vez
que llego a mi pueblo me siento en el Tabor de los vínculos vinculantes, llenos
de sinceridad como aquellas sonrisas que se entregan completamente y lejos de
todo pasionismo. Es así cómo nuestros caminos van aprisionando la tranquilidad
para que nuestras vivencias no sufran algún tipo de menoscabo en el discurrir
de la vida.
Es plausible
pensar que somos el fruto de lo que traemos y de lo que vamos adquiriendo en la
vida, pero es mucho más transcendente pensar que los individuos humanos también
vamos construyendo convicciones, creencias, razones dentro de mundos internos que luego se transforman en
discursos, en historias, en percepciones, en interpretaciones. Es una necesidad
humana imprescindible encontrar una interpretación dentro del caos, de la confusión.
Y son estas historias, estos discursos los que le conceden sentido al sin
sentido de la vida. Es lo que hoy conocemos como un verdad narrativa, un
discurso sobre el discurrir de una historia. Y son probablemente, estos mundos
internos inexplorables, los que nos
conducen a aquel iluminado templo llamado subjetividad.
Este terruño que
vio nacer, hoy sigue bajo la sombra y el calor de hombres y mujeres que se
entregan cada día como unos labriegos fehacientes y empedernidos para convertir
la tierra en un espacio mucho más productivo y fértil. Pero no solo eso, sino
que también en medio de la escasez parece existir la celebración de la vida,
que luego se transforma en abundancia. Las manos tienen arrugas, no porque haya
pasado el tiempo, sino porque son el reflejo de aquellos surcos grandes y
eternos que se abren cual vientres afortunados para dar nueva vida.
En estos días, la
lluvia cae, a veces, benevolentemente, otras veces, sin compasión. Los caminos
se entrecruzan para prefigurar los encuentros de fraternidad. Las piedras que
yacen en los caminos nos invitan a pensar en los cimientos de un trayecto que
ha sido carcomido por el correr de las aguas. Cada vez que llueve, los caminos
se encuentran cubiertos de agua. Dentro de estos espacios, aquellos hombres y
mujeres siguen transmitiendo vivacidad y acogida como aquellas miradas de fuego
que se entregan completamente en una esquina. Los saludos, las miradas se
pierden en algún horizonte para convertirse en encuentros profundos y sublimes.
Los diminutivos son muy frecuentes, pero no como sinónimo de minimización de la
personalidad, sino como una muestra de cariño y acogida hacia el otro. Es
frecuente escuchar las palabras: hijito, mamita, tiita, tiito, etc. Estas
palabras, sin duda, son el toldo de la mutua comprensión y el aprecio que nacen
como una fruición de encuentros encontrados. Es aquí donde nace lo
extraordinario, lo inusual.
Viví en este
pueblo hasta los dieciséis años y desde
entonces, algunos de los acaeceres cotidianos han permanecido incólumes, pero
otros se han transformado, probablemente, como fruto del encuentro con nuevas
posibilidades y estilos de vida. La reminiscencia trae a las ventanas de mi
memoria aquellos días en los íbamos a dormir muy temprano, a eso de las seis o
siete de la noche. Hoy existe electricidad, la gente tiene televisores, otros
aparatos eléctricos, entonces, duermen unas tres o cuatro horas más tarde. Hace
unos años atrás no había celulares, hoy estos aparatos son comunes, entonces,
la gente se comunica mucho más rápido, aunque esto no necesariamente signifique
comunicación. La inmediatez de la vida hace que ésta sea mucho más corta. No
intento hacer ninguno tipo de juicio de valor, simplemente, creo que son nuevos
tiempos que necesitan nuevas estrategias y mecanismos para afrontar una realidad que cambia
violentamente. Creo que ninguna etapa es mejor que otra, probablemente, la
calidad de estas radique en si las disfrutamos o no.
Algunas nuevas
palabras también se han añadido al vocabulario de la gente: rpm, rpc, una
recarga, contactos, marcar un número, cargador,
entre otras muchas que hoy se han convertido no solo en palabras, sino
en un estilo de vida, conductas y comportamientos y probablemente maneras de
pensar diferentes. Algunos se escandalizan, otros tratan de asimilar una
realidad diferente, pero lo cierto es que vivimos en un nuevo momento, que
quien sabe se transformará en otro momento, porque todo evento en la historia
de la vida siempre ha sido un instante. Hace unos días, una chica estaba
caminando, sostenía con su mano derecha un celular cerca a su oído, algunos se
percataron de eso y dijeron: qué barbaridad aquella gente hablando todo el día
con el celular. Me impresionó mucho escuchar: hablando con el celular y no
hablando por el celular o a través del celular. Es probablemente notorio que
debajo de estas expresiones subyace el miedo a perder los vínculos con el otro.
Tal vez hemos empezado a vincularnos desde otros vértices, pero si las
circunstancias de la vida tienen que cambiar, que cambien. Somos testigos que
incluso los discursos que por mucho tiempo sirvieron como paradigmas, se han
derrumbado, lo que significa que la verdad absoluta se ha evaporado. Ahora nos
enfrentamos a las verdades, a los puntos de vista, ya que hemos pasado de ser
objetos a sujetos. Es aquí donde empieza y nace aquella antorcha que nos guía
en la oscuridad: subjetividad.
Este es mi
pueblo, esta es mi patria. Sus cerros, sus eucaliptos, sus pastos, sus chacras
juegan con el aire para crear una atmósfera fresca y rejuvenecedora. Hoy vi una
sonrisa, escuché un llanto, hoy divisé la abundancia, la miseria y alrededor
solo existe una carcajada.
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