METÁ-FORA
La vida transcurre entre el
brillo matutino y la frescura vespertina de los devenires cotidianos, de los
acontecimientos, a veces, frívolos, otras veces, halagüeños, transmiten calor y
sosiego. Por eso se puede decir que un sin número de circunstancias se ciernen alrededor
del hombre.
Esta fue la introducción de la
peroración, del discurso de una señora sentada al borde del camino. Habla sola,
en voz alta repite no sé si historias aprendidas o relatos que nacen de su espontaneidad y euforia momentáneas,
y lo hace al unísono de los cantos del viento, mientras los ecos de su voz se
escuchan medianamente perdidos allá en aquellos cerros verdes, con árboles
tiernos y acogedores.
Es un discurso que se pierde en
aire, ya que no tiene un destinario específico, entonces, es lógico preguntarse
¿A quién le habla? O en todo caso ¿Alguien la escucha? Parece un discurso
elaborado, fruto de una auscultación y reflexión prolijas, pero al mismo tiempo
es un discurso que simplifica la complejidad, porque las historias humanas
emocionan y permiten identificarnos con algunas de ellas.
La señora lleva una chompa de
color verde, una pollera de color negro, tiene el pelo despeinado como prueba
de que su vida es una odisea. Los hilos de su ropa parecen destejerse, lo cual
indica que tienen algunos años de uso y parecen haber envejecido. Se encuentra
sola, al borde de un camino, sentada y hablando como si el mundo fuese un
vientre dispuesto a procrear y escuchar.
Su mirada es una mirada perdida, su piel arrugada y sus manos ásperas como un
reflejo del contacto con espacios duros y crueles. Raras veces sonríe y pocas
veces mira al frente. Ella continúa hablando, los ecos de su voz son cada vez
más fuertes y tal vez, por un milagro providencial, éstos ecos resonaron en los
oídos de un hombre, porque parece que alguien se acerca tímidamente,
caminando y cabizbajo al lugar donde se encuentra
la señora. Llegan dos personas, luego cinco, luego multitudes. Ella no sabe lo
que está pasando, solo atina a mirarlos. La gente se sienta frente a ella y
ésta sin un ápice de duda piensa que quieren escucharla. Pero hasta el momento
no ha dicho nada interesante. Entonces, continúa hablando, pero es el momento
de ponerse de pie y dice:
Somos una multitud y la vida no
es vida, sino un conjunto de vidas que coexisten en diferentes espacios,
mientras la gente se mira unos a otros con gran sorpresa y angustia. No
entender también causa angustia. Ella continúa diciendo: la vida es una
conjugación de acontecimientos complejos
y simples, de lo imprevisto y de lo previsto, la vida, a veces, también nos mata y para vivir tiene que existir, necesariamente,
el deseo de morir. De pronto, una persona levanta la mano con atrevimiento y
pregunta: ¿Estamos vivos? Ella con una mirada penetrante contesta: existe una
manera de saber si estamos vivos: contar nuestras vidas, es decir narrarlas. Las
historias, los discursos, los relatos permiten crear vidas paralelas y por eso
nos convertimos en la elaboración mental de aquello que nos acontece. La gente se
encuentra estupefacta. Uno de ellos sale de su estupor y dice: ¿Pero qué es la
vida? Ella responde: la vida es algo que nos conduce más allá. Una traslación.
Ella continúa: si llegásemos a
saber lo que es la vida dejaría de ser vida. La vida es demasiado imprecisa y
nos enseña mucho en un tiempo corto y efímero. Por eso la vida necesita ser una
metá-fora.
Fénix!!!
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