Buenos días, le dije, benevolentemente. Me respondió con una voz pausada, pero cristalina. Nos sentamos y casi por ensalmo le pregunté ¿Cómo se sientes? Sin pensarlo mucho, respondió: ahora me siento mucho mejor que antes, pero tengo tantas cosas, en mi cabeza, que la siento pesada y no me permiten estar tranquila. Yo, repliqué ¡tantas cosas! Ella, sin un ápice de duda, añadió: sí, muchas cosas que me perturban, camino un tramo y siempre vienen a mi cabeza, no puedo sacarlas, tengo ganas de morir. Yo, encapsulado por estas expresiones, solo la miraba, mientras ella, con gran fervor relataba sus historias de vida. Ya había transcurrido más de una hora. Después de unos minutos, le agradecí por su tiempo y apertura para narrar sus mundos internos. Ella se quedó en el Centro de Salud Mental y yo me fui para escuchar y conversar con otras personas. Mientras caminaba bajo el sol, a veces, asfixiante, iba pensando sobre aquellas expresiones. Obviamente, en las líneas anteriores, solo ...