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La comunicación es un tema muy amplio que nos inserta en un mundo de ambigüedades, ya que, a veces, la decodificación de los elementos que atañen a nuestra relación con nosotros mismos y con nuestro entorno no es del todo clara y no tienen por qué serlo.  Es bueno vivir confundidos. Sin embargo, es cierto, también, que en cada momento de nuestra vida comunicamos ideas, actitudes, sentimientos, conductas, ya sea, a través, de la verbalización con el lenguaje o por medio de  mecanismos que no necesariamente vienen acompañados de la palabra verbal.
La vida del hombre crece vertiginosa, procelosamente, entonces, el ser humano tiene que valerse de un sinnúmero de artificios para adaptarse a su medio circundante de una manera “apropiada”. Dentro de esta acción activa de relación recíproca de convivencia, el ser humano, le ha dado una relevancia casi sin parangón a la comunicación verbal, “obstaculizando” nuestra visión acerca de la comunicación desde una perspectiva mucho más holística que nos permita comprender el universo del ser humano como un ente comunicativo integral.
Cada día verbalizamos pensamientos, ideas, emociones, deseos  e incluso ilusiones que nos permiten concretizar lo que llevamos dentro y, por ende, comunicarnos.
Cuando hablamos de   comunicación, es casi una tendencia natural pensar en el lenguaje hablado o escrito, ya que por muchos años, siglos las palabras han adquirido una importancia loable, insoslayable. Es innegable, que la palabra seduce, sugestiona, convence, impresiona, pero, también, es cierto que no representa la totalidad de lo que realmente queremos, ya que en la comunicación lo más importante no es lo que se dice, sino lo que no se dice, es decir, aquello que subyace debajo de cada expresión. Es cierto, también, que el lenguaje nos permite pensar y pensarnos, pero es cierto, también, que el lenguaje verbal es muy pobre para expresar nuestros pensamientos, ideas o sensaciones. En este sentido, la palabra, no es suficiente en la comunicación, por eso Flora Davis dice: “Las palabras tienen una hermosura impresionante, son fascinantes e importantes, pero las hemos sobreestimado en exceso, ya que no representan la totalidad, ni siquiera la mitad del mensaje. Más aún, como sugirió cierto científico: las palabras pueden muy bien ser lo que emplea el hombre cuando le falta todo lo demás”. Entonces, es necesario preguntarnos ¿Cómo construimos significados? ¿Dónde los encontramos? ¿Cómo llegamos a conocer la realidad o cómo la describimos? ¿Deberíamos sumergirnos en el silencio?

Nuestro porvenir como personas será una un poema a la vida cuando todas las letras y líneas de nuestra mente y cuerpo se imbriquen y formen  un verso inefable capaz de despertar a Dios de un sueño profundo.

FÉNIX

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