DISCURSO SOBRE EL DISCURSO

Aquellos silencios que fenecen al unísono de la longevidad me insertan en un universo que se mueve vertiginosamente. Entonces, las palabras no hablan sino a través de este mismo silencio y es éste silencio el que se convierte en mi historia, en mi verdad, en mi comunicación interna. Una vez convertido en discurso, me eleva al Vértice de  la contemplación y me permite percibir que nada es trascendental en este mundo, ni siquiera la trascendencia misma. Lo sublime y  lo extraordinario se convierten en acaeceres cotidianos con la forma de una palmada, de un sonrisa, de una palabra, de un saludo. Es así como lo extraordinario se convierte en lo ordinario. Tal vez estas líneas suenen a conclusiones, pero no lo son, son simplemente frutos fértiles de la confusión, de la incertidumbre, ya que no tengo ninguna premisa, excepto mi vida. No tengo ningún argumento, excepto mis intentos de argumentar. Pero me atreveré a formular una pregunta ¿cómo es que los seres humanos llegamos a estas afirmaciones o negaciones?

Los individuos humanos, tratamos de darle sentido a numerosas inquietudes, porque tenemos la necesidad de explicar y comprender aquello que subyace debajo de lo evidente y de lo perceptible. Es aquí donde la creatividad humana enerva sus efluvios para crear un discurso, un narración, una historia con una verdad relevante y subjetiva, la cual intenta dar sentido al sin sentido. Estos discursos, muchas veces, vienen cimentados sobre auto conceptos atrofiados o sobre auto percepciones exageradas. Estos dos polos, a veces, opuestos se convierten en un dilema, en una dicotomía para el individuo humano. Entonces, en muchos casos, esto también se convierte en sufrimiento, en confusión, en incertidumbre. Es aquí donde la Psicología emana la sabia de sus conocimientos para proveer un ápice de metanoía y permitir a los seres humanos reconstruir sus historias, sus discursos sobre sí mismos. He aquí el incalculable valor de la Psicología.

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