LO QUE ME MANTIENE VIVO

ENAMORADO DE MÍ MISMO
Cada día, una hora antes de bajar por las escaleras  de aquella  casa escuálida, desnutrida,  sin forma y poco atractiva,   antes de embarcarme en un viaje provisional a un universo casi universal, tomo mi mochila, la abro y pongo en ella lo necesario para dirigirme  a aquél templo del saber llamado universidad. Llevo un cuaderno, una agenda, mi libro de poemas,  unos libros, a veces, mi computadora, pero es inconcebible mi mochila sin una novela, la cual, cada día me permite desvelar nuevos placeres y satisfacciones. Entonces, mi mochila está lista y el nerviosismo se ha vestido con colores fosforescentes.
Ha llegado la hora.  Me levanto de mi escritorio, tomo mi mochila con una motivación indescriptible, cargo mi mochila y empiezo a construir mis pasos. Me encuentro justo en la avenida Belisario Sosa Peláez. Con una vivacidad intermitente miro hacia el lado izquierdo para percatarme si es posible cruzar la pista. No me refiero necesariamente a la ausencia de vehículos de transporte, porque también me percato del vértigo de la velocidad. Muchas veces, he visto obstáculos donde no habían, entonces, me detenía y no cruzaba la pista, o sea, no caminaba hacia el otro lado. El camino está libre, la pista está vacía, entonces, mirando hacia el frente me atrevo a seguir caminando como por ensalmo. He llegado al otro lado de la pista, pero no me he detenido, esta vez, porque una vez que mis pasos empiezan a respirar su aroma las vías de tránsito entumecen sus velocidades. Después de unos segundos, mis pasos se insertan en la monotonía de una berma de la  avenida Alejando Bertello. Camino como si el mundo tuviese el sonido de mis pies y como si unas nubes de fuego  me transportaran a aquél universo donde caminar significa detenerse. Mientras camino, una cantidad exorbitante de ideas rondan por mi cabeza, trato de concebirlas, pero no me permiten, porque su tarea es insertarme en el vacío, en la confusión. Afortunadamente lo han logrado. Entonces, las preguntas empiezan a emerger y a elevarse no para buscar la verdad, sino para convertir su trayecto  en una verdadera verdad. Esto, también, me induce a pensar que mi camino no debería llegar  a la verdad, porque la verdad es precisamente el trayecto de esto camino.
Después de unos minutos, me percato que he llegado a la avenida Tingo María, justo donde intersecta con la avenida Alejandro Bertello. Por una cuestión de orden, cruzo esta última avenida para posteriormente cruzar la avenida Tingo María. Por un momento mis ideas se diluyen, porque la contaminación auditiva no permite ni siquiera pensar, pero gracias a estos sonidos, a veces, crueles, los tímpanos de mis oídos han llegado a ser mucho más sensibles, entonces, escucho incluso los susurros del eco de una voz que se evapora al ritmo de mi respiración. Tal vez mis ideas sean los parámetros de mi mundo, pero estoy seguro que ellas me ayudan cada día a percibir y proyectar una realidad inexistente, una realidad que se manifiesta accidentalmente. Felizmente, las esencias no tienen cabida en mi vida. Estas son las ideas que me permiten pensar sobre mi pensamiento y no exagero si digo que, mientras camino, voy verbalizando algunas ideas y discutiendo con otro imaginario que se encuentra frente a mí. Invento un interlocutor y tengo que decirlo que es otro Roli, porque solo él es capaz de refutar  mis ideas, a veces, impertérritas. Entonces, mientras mis pasos adornan la berma de la avenida Tingo María, voy polemizando con él, mental y verbalmente. Estas tertulias quiméricas me trasladan al paraíso de la improvisación y de lo ilusorio para vivir en un mundo que se inventa cada día.
Estos procesos y  divagaciones  mentales me permiten, simultáneamente, concebir en mi mente la estructura de algún trabajo académico.
He caminado unos minutos, de pronto llego a un grifo y al costado de este se encuentra un colegio chino. Sigo caminando muy cerca a la pared de este colegio, mientras mis ideas juegan consigo mismas y hacen nacer, incluso, temas inimaginables. Aquí empieza a nacer la espontaneidad y originalidad de lo desconocido. Me encuentro justo en la esquina del colegio chino y frente a mí tengo  la plaza de la bandera. Esta tiene una forma circular, lo cual me transporta a un mundo sin inicio y sin fin. Probablemente, mis ideas se encurtan, también, dentro de este círculo eterno. Sigo caminando al costado del colegio, llego a una avenida, pero no le tomo importancia, porque mis pies no la conocen de cerca, entonces, cruzo  para llegar a la avenida Paso de los Andes, justo en la esquina de esta doblo a la izquierda mecánicamente y empiezo a divisar mi universidad.
Al parecer mis pies conocen su camino. Este es el trayecto que realizo, cada día, de mi casa a la universidad. Probablemente suene aburrido, pero no lo es, porque no camino solo, tengo una compañía inventada: es un yo que se transforma en otro para escuchar y ser escuchado. Siempre me ha acompañado, especialmente, en aquellos momentos en los que las vicisitudes de la vida intentan fragmentarme. Ese  otro tiene nombre y se ha convertido en el pábulo de mi destino, en la hornacina de un camino que se yergue señorial. El me comprende, me conoce, él sabe que cada día la vida sonríe. Él sabe que mi vida se define en una sola palabra: Rolismo. Así es como me convierto en una referencia para mí mismo, porque nunca he creído en el ejemplo, en aquellas cualidades que vienen diseñadas por otros a través de expresiones como: tienes que ser ejemplo para otros, ¿ejemplo de qué? Frente a esta realidad que minimiza la recreación, la unicidad, la belleza,  intento ser un ejemplo para mí mismo. Probablemente, algunos de mis compañeros de clase y otras personas que me conocen más de cerca empiecen a reafirmar sus observaciones si digo que últimamente vivo muy enamorado, pero de mí mismo. Ya empiezo a concebir en mi mente, algunas sonrisas pletóricas de ironía constructiva frente a mis palabras. Escucho con gran claridad a mi compañera Milagros Estrada balbucear con inseguridad ¡ay Roli, ya lo sabemos! O a Cindy Jananpa sonreír agónicamente y decir: ¡Tenías que ser tú! Puedo concebir a Diana Menzala con una sonrisa pasmada que dice ¡tú cuándo no! Pero también puedo visualizar a otros compañeros que sonríen sin pronunciar ni una sola palabra a la par que otros se rasgan sus vestiduras internas ante mis palabras que suenan a blasfemia.
Así mi vida discurre como una narración de eventos loables y de una vida que no tiene palabras para ser narrada. Estos son mis rituales. Estos son los trayectos que me mantienen despierto cada día. Al final, mis pasos se sostienen sobre materias inertes e inermes, pero mis ideas, mis pensamientos vivifican y hacen que la vida brote desde mis pies, por eso cada día miro mis pies, porque pienso que algo puede florecer. Todas las avenidas por las que transito tienen un nombre, pero en realidad son las avenidas de mi vida que se intersectan para permitir el tránsito y reducir o aumentar la circulación y  velocidad. Estas avenidas, a veces, son cortas, otras veces, largas, no son tan reales como siempre he creído, por eso, a veces, se convierten en el espejismo de mis sueños, porque también tengo derecho a la ilusión.
Mi retorno es muy parecido, con algunos cambios que esencialmente dependen de la hora de salida. A veces, regreso caminando, otras, tomo un taxi.  Últimamente, regreso con frecuencia a aquellos lugares a los que no he prestado atención, pero desde el vértice de mi corazón puedo decir que habrá un día que se transforme en un viaje sin retorno porque habré viajado a mí mismo.








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